Tomó el medio vaso de Whiskey (Jack Daniels) que le quedaba
de un solo trago, no se necesitaban modales en ese momento, así que se limpió
los labios con la manga de esa chompa negra que usaba cuando quería escribir,
ese trago probablemente fue el más amargo que nadie ha probado, impregnó la
playa de miedos, esa playa que tanto lo acompañó escribiendo.
Se sirvió otro trago y lo apresuró a rápidas y largas bocanadas
para despojar las dudas, parecía un muchacho inmaduro queriendo impresionar a
una mujer en su primera cita.
Pero aclaremos que este no era su caso, ese hombre ya hace algún
tiempo dejo de tener menos de 25 para dar paso a una que otras arrugas y peinar
una que otras canas, para dar paso a su verdadera personalidad de “perdedor” y
claro está a aquel perfume a tabaco que le nublaba la mente y atrapaba sus
dedos.
Se mimetizaba de noche en la arena de su playa los días de
tristeza, los días malos y los peores también, era su único escape, era su única
luz, su horizonte… su único refugio. Dicen que su historia es un poema que
alguien escribió, quizás escrito por alguien que lo vio más de una vez con ese
cuaderno azul y una que otra vela a la orilla del mar, por alguien que vio en
sus ojos la tristeza que solo él podía entender. Esa tristeza que podía transformar
en cobarde al más valiente.
Su historia es la historia de un viernes de no importa que
año y de un hombre sentado en la arena de cualquier playa….Aquel hombre le escribía
a la vida, al amor, a lo que anheló tiempo atrás y en lo que en el fondo cree,
pero principalmente tocaba con sus palabras a las puertas del cielo por no
poder tocarle el corazón a una mujer que se le había atravesado en el pecho, la
misma que con el portazo de una llamada le desnudo el alma y las fuerzas, como
un tronco seco que anhela tener hojas, pero ya no hay primavera para él.
Condenó entonces su suerte y maldijo a su débil corazón, a
sus planes por convertirse en puñales, a sus recuerdos por tener buena memoria,
también a su cuaderno azul por no tener el mismo floreado de la falda de ella.
La soñó probablemente más de lo que debió y aunque trató de ver a muchas otras
para curarse, sabía que esas muchas otras no cambiaría lo que ya sentía por una
sola… nadie le va a quitar el mérito de que lo intentó, doy fe de que lo
intentó, pero cada vez se abandonaba más encomendándose solo al whiskey y
aumentando la dosis de cigarros por hora. El hielo era su único amigo en esa
playa, el único que no lo abandonaría, el verdadero denominador común de sus
noches de insomnio. Se bebía la vida gota a gota y, a la vez, se le esfumaba
como el humo denso de los labios, el genio se le tornó eterno y su carácter se
agrió tanto que pocos se atrevían a acercarse.
No hablaba demasiado ni ebrio ni sin ir borracho, su
silencio era parte de un pacto consigo mismo, la promesa de mantener caliente
aquella historia que para él no se había acabado. Si lo contaba se
desvanecería, ya no sería suya sino de todos, víctima de la democracia de las
bocas contaminadas por la invención, que se dejarían llenar de edulcorantes
añadidos de los que él nunca firmaría por propia voz, por eso, nunca se le oyó
decir: “esta boca es mía”.
Deseó infinitas veces volverse objeto: un banco, una farola,
una maleta… quién sabe. Todo con tal de contemplar vidas ajenas y no morir en
el intento de sacar a flote la suya propia, todo con no ser el protagonista de
la historia más triste de su existencia. Su deseo no se cumplió, pero no le
extrañaba, se había acostumbrado a no esperar nada, ni siquiera de sí mismo.
Una noche sin más, se levantó de arena y era de día, la
gente ya lo conocía e imaginaban su historia, se levantó sobresaltado, con los
ojos tan abiertos que parecía que había visto a un fantasma, (sospecho que así
era), recogió tembloroso su cuaderno azul, lo cerró con suavidad, parecía que
se despedía de su compañero de tristezas. Los que le vieron dijeron que iba
sonriendo y que una mujer de pelo negro, con un brillo único en sus ojos y una sonrisa
digna solo de una diosa, lo esperaba metros atrás descalza con unas llaves en
sus manos (probablemente las de su corazón).
Nunca más regresó a esa playa, algunos piensan que se cansó
de ser el famoso hombre del cuaderno azul y, a la vez, un completo desconocido
para todos, excepto para ella. Otros cuentan que dejó de buscar porque, por
fin, encontró lo que había perdido.
Y bueno, acá estoy con ella.
De Verde y En Silencio Te Espero
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